jueves, 23 de octubre de 2008

Lluvia.

El cielo se cubre de nubes grises, como pronosticando un negro destino. La gente corre, busca refugio, huyendo de aquel que parece tan indeseable, tan inoportuno.
El cielo cruje y las gotas caen, mientras los hombres se encierran y cubren, pensando que tan negras son esas nubes que vuelven negro su destino.
De repente una figura vestida de blanco corre bajo la lluvia, cantando y danzando, empapándose pero, sobre todas las cosas, disfrutando.
De un lugar oscuro aparece otra figura, de sus ojos caen lágrimas, a su corazón negras penas atormentan. Se incorpora súbitamente y avanza hacia la lluvia, extiende sus brazos, levanta su rostro hacia el cielo. El agua se lleva las lágrimas, las penas, los pesares.
En otro extraño lugar dos figuras enamoradas se besan bajo la lluvia, en silencio, disfrutando ese beso, y ese agua que corre por sus cabellos.
Nadie sabe de dónde salieron, nadie sabe quienes son, nadie sabe qué pretenden, ni por qué en sus ojos brilla ese fulgor. Lo único que saben es que ellos no poseen su misma locura y que no deben contagiársela, así que lo que hacen es cerrar su comunicación al mundo exterior y seguir pensando cuantos pesares traen las nubes negras.

Lo que no saben es cuanto se equivocan.
Cesa la lluvia, sale el sol, mil colores cruzan el cielo, nadie los ve, nadie los siente, el encierro no se los permite. Solo cuatro figuras los contemplan maravillados. Son felices, solo ellos, los que saben vivir sin reprimirse.

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