lunes, 27 de octubre de 2008

Flor.

Siempre le gustó tirarse en el pasto a mirar la naturaleza, eso la hacía serenarse y la reconfortaba, en especial en los momentos de desolación , como ése. Se fijó en una planta en particular y desde ese momento no le sacó los ojos de encima.
Aquella planta en particular no debía superar los veinte centímetros y se componía simplemente de un tallo, dos hojas y una hermosa flor que la coronaba. Pero así, en su simplicidad, era hermosa: su tallo era largo y no muy grueso, de color verde oscuro; sus hojas del mismo color, se abrían a mitad del tallo y tenían sus borde suavemente dentados. Pero la flor era la parte más bonita: de color rojo carmesí, estaba compuesta por muchos pétalos formando una especie de pliegues que se abrían del centro hacia afuera.
Ella la veía a contraluz, por lo cual los rayos del sol marcaban muchísimo más su belleza y la convertían en algo fantástico , casi hipnótico. La contempló en silencio durante un largo rato, absolutamente maravillada.
Cuando sintió que se le empezaban a agarrotar los músculos, intentó mover las piernas para cambiar de posición y con asombro notó que le resultaba imposible. Se incorporó y miró sus pies; entonces vio horrorizada que sus pies habían desaparecido y se habían convertido en raíces que penetraban el suelo. Se puso de pie de un salto e intentó despegarse del piso, pero le resultó imposible. De repente su cuerpo empezó a paralizarse; las piernas se le juntaron y los brazos, hasta la altura de los hombros, se le pegaron al cuerpo mientras que la parte inferior de ellos se extendió hacia afuera. Sus ojos celestes profundos; su nariz respingada y su boca de carnosos
labios, se fueron cubriendo de pétalos de color rojo que parecían nacer de su suave piel, mientras su cuerpo tomaba un color verde oscuro.
Éste se fue achicando mientras se moldeaba hasta formar un tallo perfecto, sus brazos se convirtieron en hojas, su rostro se perdió entre los rojos pétalos. Luego, todo terminó. La muchacha era ahora una flor.

Minutos.

En un minuto todo comienza, en un minuto todo termina, en un minuto todo aclara, en un minuto oscurece, en un minuto la vida, en un minuto la muerte, en un minuto se rompe, en un minuto se reconstruye, en un minuto una mirada, en un minuto un beso, en un minuto un engaño, en un minuto un secreto.
En un minuto un cómplice, en un minuto un amigo, en un minuto un amante, en un minuto un olvido.
En un minuto se entrega, en un minuto un suspiro, un roce o el abrazo de un amigo.
En un minuto el amor, en un minuto el odio, en un minuto una lagrima, en un minuto una risa, en un minuto tantas cosas pueden pasar en la vida.
En un minuto un fugitivo, en un minuto el mañana, en un minuto una victoria, en un minuto una derrota, en un minuto muere, en un minuto renace la esperanza de vivir esta vida disfrutando cada minuto.


Silencio. Una mano acaricia la blanca y suave piel de mi cintura. Se acerca lentamente , siento su profunda respiración en mi cuello. Sólo un suspiro marca ese momento y la perfumada suavidad del conjunto de dos cuerpos.

domingo, 26 de octubre de 2008

Pispireta.

Abrió las puertas del ropero y empezó a mirar. Pasó perchas y miró dentro de los cajones, mientras iba sacando de vez en cuando alguna que otra prenda. Cuando terminó de revisar se dedicó a elegir entre las ropas seleccionadas. Se decidió por una hermosa musculosa violeta con un bonito escote y de color muy intenso. Pasó un buen rato intentando encontrar algo que combinara con la remera, pero nada la satisfacía completamente. Resignada, eligió al fin un jean oscuro. Empezó a guardar toda la otra ropa y justo ahí, en el fondo del cajón, la vio. Era una pollera blanca con volados, estampada con pequeñas flores de todos colores. Era hermosa. Inmediatamente reemplazó al jean por aquella nueva prenda. Se cambió la ropa y se calzó unas hermosas sandalias blancas que solía usar en primavera. Se paró frente al espejo, peine en mano. Se planchó el flequillo, se cambió veinte veces el peinado. Al fin se decidió por usar el pelo semirrecogido, con el flequillo hacia el costado. Asomó la cabeza por la puerta y miró el reloj del living...¡Sólo faltaban quince minutos!. Se delineó los ojos (odiaba pintárselos) y todavía dudaba si pintarse los labios o no. Decidió darles un poco de color rojo, pero sin excederse.Por último, buscó una cartera adecuada y guardó sus llaves, la billetera, el monedero, el celular y un abrigo por si refrescaba. Miró el reloj: aún faltaban cinco minutos. Se sentó a esperar, pero lo nervios le revolvían el estómago. El tiempo pasaba despacio, e intentó ocuparse en otra cosa, pero no pudo. Se sobresaltó cuando escuchó el timbre de la calle.Mientras bajaba se miró por última vez en el espejo y arregló su pelo. Apenas salió del ascensor lo vio, esperándola en la puerta. Salió a la calle y murmuró un tímido 'Hola', a modo de saludo. Él le respondió del mismo modo y la tomó de la cintura. Le sonrió dulcemente y se acercó a su boca. Los dos se fundieron en un dulce beso. Sus manos le revolvieron el pelo y le arrugaron la ropa, el maquillaje se le corrió y se le cayó una pulsera. Al separarse, él la miró un segundo y le susurró al oído : 'Estás hermosa'.

jueves, 23 de octubre de 2008

Lluvia.

El cielo se cubre de nubes grises, como pronosticando un negro destino. La gente corre, busca refugio, huyendo de aquel que parece tan indeseable, tan inoportuno.
El cielo cruje y las gotas caen, mientras los hombres se encierran y cubren, pensando que tan negras son esas nubes que vuelven negro su destino.
De repente una figura vestida de blanco corre bajo la lluvia, cantando y danzando, empapándose pero, sobre todas las cosas, disfrutando.
De un lugar oscuro aparece otra figura, de sus ojos caen lágrimas, a su corazón negras penas atormentan. Se incorpora súbitamente y avanza hacia la lluvia, extiende sus brazos, levanta su rostro hacia el cielo. El agua se lleva las lágrimas, las penas, los pesares.
En otro extraño lugar dos figuras enamoradas se besan bajo la lluvia, en silencio, disfrutando ese beso, y ese agua que corre por sus cabellos.
Nadie sabe de dónde salieron, nadie sabe quienes son, nadie sabe qué pretenden, ni por qué en sus ojos brilla ese fulgor. Lo único que saben es que ellos no poseen su misma locura y que no deben contagiársela, así que lo que hacen es cerrar su comunicación al mundo exterior y seguir pensando cuantos pesares traen las nubes negras.

Lo que no saben es cuanto se equivocan.
Cesa la lluvia, sale el sol, mil colores cruzan el cielo, nadie los ve, nadie los siente, el encierro no se los permite. Solo cuatro figuras los contemplan maravillados. Son felices, solo ellos, los que saben vivir sin reprimirse.