domingo, 14 de diciembre de 2008
Sombras verdes y una flor.
El paisaje era absolutamente monótono: las calles grises, los altos edificios, algún que otro negocio desparramado por aquí y por allá, los resecos malvones creciendo en el balcón y el joven llevando toda una jauría atada a su cintura.
El colectivo se detuvo una vez una vez más, a través de la ventana vi el jardín de una casa, lleno de rosas, malvones, margaritas, jazmines, madreselvas, petunias y geranios... Su belleza me obnubilaba... Rojo, blanco, amarillo, violeta, verde, mucho verde, los colores se entremezclaban formando una paradisiaca imagen. El colectivo arrancó y yo volví la cabeza solo para contemplar esa maravillosa idilia una vez más. Cuando ésta ya se había perdido y a la vista sólo quedaba la misma monocromía gris de siempre, volví mi mirada hacia adelante. Entonces la vi.
Sentada justo enfrente mío estab ella. Hermosa, sublime, magnífica, parecía un sueño. No pude evitar quedarme atónito, contemplándola.
No sé por qué, pero estaba seguro: ella era la dueña de aquel maravilloso jardín . Lo sentía, lo notaba. Emanaba su misma seducción , su misma sensación de libertad, el mismo deseo irresistible de poseerla y perderse en ella para siempre.
Estaba anonadado, en un instante me perdí en su pelo, en cada una de las perfectas curvas de su cuello, de su pecho, de sus caderas. Podía sentir la suavidad de su piel, su hermoso perfume que me llevaba de nuevo hasta las margaritas, los jazmines y geranios.
En sus manos llevaba una flor... Roja, pasión , fuego, sangre. En su tallo, dos hojas verdes, casi tan verdes como sus ojos.... ¿Qué esconderían aquellos ojos? ¿Qué recuerdos, emociones y esperanzas?¿Ese brillo soñador denotaba alegría?¿O tal vez la más profunda de las tristezas?. Quería que me hablaran, que me contaran su historia, que me transportaran a su mundo, a su propio jardín, que me inundase su verdor, que me hicieran feliz.
Me di cuenta que me miraba , y que yo la estaba observando fijamente desde hacía bastante tiempo atrás. Avergonzado, bajé la cabeza y continué así hasta el final de mi trayecto. En cuanto mis pies se posaron de nuevo en la calle, miré hacia su ventana y sonreí, y estoy seguro de que ella también me sonreía.
Sin título.

jueves, 13 de noviembre de 2008
Setenta balcones y ninguna flor
Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?
La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?
¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?
Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...
¡Setenta balcones y ninguna flor!
Baldomero Fernández Moreno
lunes, 27 de octubre de 2008
Flor.
Aquella planta en particular no debía superar los veinte centímetros y se componía simplemente de un tallo, dos hojas y una hermosa flor que la coronaba. Pero así, en su simplicidad, era hermosa: su tallo era largo y no muy grueso, de color verde oscuro; sus hojas del mismo color, se abrían a mitad del tallo y tenían sus borde suavemente dentados. Pero la flor era la parte más bonita: de color rojo carmesí, estaba compuesta por muchos pétalos formando una especie de pliegues que se abrían del centro hacia afuera.
Ella la veía a contraluz, por lo cual los rayos del sol marcaban muchísimo más su belleza y la convertían en algo fantástico , casi hipnótico. La contempló en silencio durante un largo rato, absolutamente maravillada.
Cuando sintió que se le empezaban a agarrotar los músculos, intentó mover las piernas para cambiar de posición y con asombro notó que le resultaba imposible. Se incorporó y miró sus pies; entonces vio horrorizada que sus pies habían desaparecido y se habían convertido en raíces que penetraban el suelo. Se puso de pie de un salto e intentó despegarse del piso, pero le resultó imposible. De repente su cuerpo empezó a paralizarse; las piernas se le juntaron y los brazos, hasta la altura de los hombros, se le pegaron al cuerpo mientras que la parte inferior de ellos se extendió hacia afuera. Sus ojos celestes profundos; su nariz respingada y su boca de carnosos labios, se fueron cubriendo de pétalos de color rojo que parecían nacer de su suave piel, mientras su cuerpo tomaba un color verde oscuro.
Éste se fue achicando mientras se moldeaba hasta formar un tallo perfecto, sus brazos se convirtieron en hojas, su rostro se perdió entre los rojos pétalos. Luego, todo terminó. La muchacha era ahora una flor.
Minutos.
En un minuto un cómplice, en un minuto un amigo, en un minuto un amante, en un minuto un olvido.
En un minuto se entrega, en un minuto un suspiro, un roce o el abrazo de un amigo.
En un minuto el amor, en un minuto el odio, en un minuto una lagrima, en un minuto una risa, en un minuto tantas cosas pueden pasar en la vida.
En un minuto un fugitivo, en un minuto el mañana, en un minuto una victoria, en un minuto una derrota, en un minuto muere, en un minuto renace la esperanza de vivir esta vida disfrutando cada minuto.
domingo, 26 de octubre de 2008
Pispireta.
jueves, 23 de octubre de 2008
Lluvia.
- El cielo se cubre de nubes grises, como pronosticando un negro destino. La gente corre, busca refugio, huyendo de aquel que parece tan indeseable, tan inoportuno.
El cielo cruje y las gotas caen, mientras los hombres se encierran y cubren, pensando que tan negras son esas nubes que vuelven negro su destino.
De repente una figura vestida de blanco corre bajo la lluvia, cantando y danzando, empapándose pero, sobre todas las cosas, disfrutando.
De un lugar oscuro aparece otra figura, de sus ojos caen lágrimas, a su corazón negras penas atormentan. Se incorpora súbitamente y avanza hacia la lluvia, extiende sus brazos, levanta su rostro hacia el cielo. El agua se lleva las lágrimas, las penas, los pesares.
En otro extraño lugar dos figuras enamoradas se besan bajo la lluvia, en silencio, disfrutando ese beso, y ese agua que corre por sus cabellos.
Nadie sabe de dónde salieron, nadie sabe quienes son, nadie sabe qué pretenden, ni por qué en sus ojos brilla ese fulgor. Lo único que saben es que ellos no poseen su misma locura y que no deben contagiársela, así que lo que hacen es cerrar su comunicación al mundo exterior y seguir pensando cuantos pesares traen las nubes negras.
Lo que no saben es cuanto se equivocan.
Cesa la lluvia, sale el sol, mil colores cruzan el cielo, nadie los ve, nadie los siente, el encierro no se los permite. Solo cuatro figuras los contemplan maravillados. Son felices, solo ellos, los que saben vivir sin reprimirse.